Bajo la mirada de niñas y niños: qué están aprendiendo en estas fiestas

Familia y Bienestar

La temporada decembrina suele asociarse con alegría, tradiciones y reuniones familiares; detrás de los árboles, los villancicos y los regalos, hay una realidad más compleja: niñas y niños observan e internalizan el comportamiento de los adultos, y eso influye en cómo entienden las relaciones, la comunicación y la gestión de emociones.

La Teoría del Aprendizaje Social, formulada por el psicólogo Albert Bandura, sostiene que gran parte del comportamiento humano se aprende a través de la observación e imitación de modelos, especialmente de figuras adultas significativas en la vida de la infancia.

El famoso experimento del “muñeco Bobo” demostró que los niños que veían adultos actuar de manera agresiva con un objeto tendían a imitar esas mismas conductas, mientras que aquellos expuestos a modelos no agresivos no mostraban esa tendencia. Esto confirma que los niños no sólo absorben lo que se les dice, sino lo que ven hacer a los adultos que los rodean.

Este aprendizaje por observación no se limita a comportamientos explícitos como la agresión, sino que abarca la forma en que los adultos manejan conflictos, expresan emociones, resuelven frustraciones y celebran logros, todas conductas que quedan grabadas en la memoria emocional de las y los menores.

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Durante la época navideña, cuando las familias pasan más tiempo juntas, las niñas y niños están particularmente atentos. Ellos notan cómo se resuelven las tensiones antes de la cena, cómo se reparte el espacio entre adultos y menores, y cómo se manejan las expectativas y decepciones. En un entorno festivo cargado de emociones, cada reacción adulta puede convertirse en una lección silenciosa sobre empatía, respeto y autocontrol.

Las investigaciones sobre modelos positivos subrayan que, además de evitar comportamientos negativos, la demostración activa de habilidades como la calma, el diálogo respetuoso y la consideración por los demás tiene efectos tangibles: los niños tienden a replicar estas conductas en sus interacciones cotidianas.

Especialistas en desarrollo infantil recomiendan que durante las celebraciones, los adultos procuren ser espacios seguros y ejemplos coherentes, en lugar de figuras que solo exigen comportamiento.

Esto significa mostrar cómo manejar frustraciones sin elevar la voz, cómo pedir disculpas cuando se comete un error, y cómo celebrar sin excluir ni minimizar los sentimientos de los demás. La Navidad, más que un momento de consumo, puede ser una oportunidad para modelar valores de respeto, empatía y responsabilidad emocional que duren más allá de las fiestas.

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Recordar todo esto no busca hacer de la celebración una obligación emocional, sino reconocer que las conductas adultas actúan como guías silenciosas para las generaciones que observan cada gesto, cada palabra y cada forma de resolver tensiones familiares en estas fechas clave.

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