De sátiras coloniales a tradición mexicana: el origen rebelde de las calaveritas literarias
Cada Día de Muertos, las calaveritas literarias llenan las redes, las escuelas y los periódicos con versos que, entre burla y homenaje, “matan” simbólicamente a figuras públicas, amigos o familiares. Pero detrás de su tono juguetón se esconde una historia de sátira, censura y crítica social que comenzó hace más de un siglo.
Las primeras manifestaciones de estas composiciones se remontan al siglo XIX, aunque su espíritu nació antes, durante el periodo colonial, cuando los cronistas y escritores novohispanos se valían de versos humorísticos para burlar la rigidez de las autoridades eclesiásticas y virreinales. En aquel entonces, los temas sobre la muerte eran sagrados, y mofarse de ellos podía considerarse una ofensa.
Fue hasta mediados del siglo XIX cuando las calaveritas tomaron forma en los periódicos de la época. Uno de los registros más antiguos proviene del diario El Socialista, publicado en 1849, donde aparecieron versos satíricos acompañados de grabados que representaban a políticos y figuras públicas en forma de esqueletos. Estos textos, firmados muchas veces con seudónimo, criticaban al poder con ironía y picardía popular, por lo que las autoridades llegaron a prohibirlas en varias ocasiones.
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El tono de irreverencia se mantuvo y, con el tiempo, las calaveritas se transformaron en una expresión literaria única, donde la muerte dejó de ser temida para volverse compañera de risa. En el siglo XX, artistas como José Guadalupe Posada inmortalizaron la estética del esqueleto festivo con su emblemática “Calavera Catrina”, que se convirtió en símbolo de igualdad ante la muerte y del espíritu burlón mexicano.
Hoy, las calaveritas literarias son herederas de esa tradición crítica. Aunque suelen usarse para rendir tributo o divertir, mantienen su raíz en la protesta disfrazada de humor: una manera muy mexicana de decir lo que no se puede decir de otro modo.
De la pluma rebelde de los cronistas al ingenio popular que se lee en plazas, escuelas y redes sociales, las calaveritas recuerdan que en México, la muerte no se llora… se escribe y se ríe.




