Crisis habitacional: abundan casas vacías mientras millones carecen de techo digno
La llamada crisis de vivienda se manifiesta por la falta de hogares adecuados, pero también por la paradójica existencia de millones de viviendas deshabitadas.
Más allá del déficit, subyace un modelo urbano que produce inmuebles que no son ocupados —y eso habla de un sistema incongruente con el derecho humano a la vivienda.
¿Qué entendemos por crisis de vivienda?
Una crisis de vivienda implica múltiples dimensiones:
- déficit cuantitativo —cuando el número de hogares requeridos supera la oferta—;
- deficiencia cualitativa —viviendas en malas condiciones, sin servicios básicos—;
- inaccesibilidad económica —cuando la población no puede costear un hogar digno—;
- distribución desigual —zonas marginadas sin vivienda adecuada pese a que en otras áreas hay abundancia vacante.
La crisis no es sólo de cantidad, sino de uso y acceso justo.
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La gran ironía: casas que nadie habita
De acuerdo con datos del INEGI, en el Censo 2020 se identificaron 6.15 millones de viviendas particulares deshabitadas que están disponibles para ser habitadas pero no tienen residentes habituales ni uso temporal.
En paralelo, el desarrollo inmobiliario ha generado casos extremos: se reportan 843 mil viviendas abandonadas vinculadas al crédito Infonavit, y nuevos fraccionamientos fantasma que reflejan construcciones no ocupadas pese al problema habitacional latente.
Estas cifras revelan una contradicción brutal: hay casas construidas de sobra que están vacías, mientras millones luchan por acceso a un hogar digno.
¿Por qué sucede esto?
Algunas causas que explican la brecha entre viviendas construidas y hogares ocupados:
- Modelo especulativo inmobiliario: desarrolladores construyen para mercado de inversión, más que para satisfacer necesidades locales.
- Ubicación inaccesible o servicios deficientes: muchas viviendas se construyen alejadas de servicios o centros laborales, lo que las vuelve inviables para muchos.
- Créditos impagables o condiciones de financiamiento opresivas: algunas viviendas quedan abandonadas por la incapacidad de sus compradores de sostener pagos altos.
- Desajustes en políticas de vivienda pública: la agenda oficial poco ha atajado el fenómeno de las viviendas sin uso frente al rezago habitacional.
- Estructura social desigual: personas con mayores recursos acceden a vivienda de calidad, mientras quienes carecen de ingresos quedan excluidos.
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Las consecuencias visibles y estructurales
Si la crisis de vivienda se mide sólo por el número de hogares en espera, estaremos invisibilizando su otra cara: las viviendas que sobran y no se ocupan.
- Degradación urbana: viviendas vacías se deterioran, reducen la seguridad y afectan a las comunidades alrededor.
- Desigualdad reforzada: quienes tienen recursos capturan mejores ubicaciones, mientras otros padecen hacinamiento o vivienda inadecuada.
- Ineficiencia del gasto social: recursos públicos usados para construir más casas que quedan vacías podrían destinarse a rehabilitación o subsidios para quien las necesita.
- Derechos vulnerados: el acceso a vivienda digna —reconocido en marcos constitucionales— queda como aspiración incumplida para grandes sectores.
Para que el derecho a la vivienda deje de ser letra y se traduzca en realidad, es urgente alinear la política urbana, la regulación inmobiliaria y la equidad en el acceso.




