Aborto espontáneo: rompe el estigma
El aborto espontáneo es una de las experiencias más dolorosas que pueden atravesar muchas mujeres y personas gestantes con un embarazo deseado. Sin embargo, la falta de información, el estigma social y, en algunos países, la criminalización, han convertido este hecho médico en un motivo de señalamiento, discriminación e incluso reclusión legal.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre el 10 % y el 15 % de los embarazos clínicamente reconocidos terminan en un aborto espontáneo, lo que lo convierte en una situación común y no excepcional.
A pesar de ello, persisten prejuicios que equiparan estas pérdidas involuntarias con un aborto por elección, cuando en realidad se trata de realidades profundamente distintas.
Aborto espontáneo vs. aborto inducido
Un aborto espontáneo ocurre por causas naturales, como alteraciones cromosómicas, problemas hormonales, infecciones, enfermedades crónicas o complicaciones en el desarrollo del embarazo.
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En contraste, el aborto por elección o inducido responde a una decisión consciente de interrumpir el embarazo.
Confundir ambos procesos no sólo es incorrecto médicamente: perpetúa el estigma hacia las mujeres y personas gestantes que enfrentan una pérdida gestacional.
El peso del estigma
La Red Internacional por los Derechos Reproductivos (IWHC, por sus siglas en inglés) advierte que muchas mujeres y personas gestantes que sufren un aborto espontáneo enfrentan culpas impuestas, preguntas invasivas e incluso procesos judiciales en contextos donde el aborto está penalizado.
En países de América Latina, Human Rights Watch ha documentado casos en los que mujeres que acudieron a hospitales por complicaciones fueron tratadas como sospechosas de aborto inducido, lo que genera miedo a buscar atención médica oportuna.
Derecho a la salud y acompañamiento
La OMS y la Federación Internacional de Ginecología y Obstetricia (FIGO) destacan que el aborto espontáneo debe atenderse con protocolos médicos de urgencia y con acompañamiento emocional.
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La atención integral es esencial para evitar complicaciones físicas y para enfrentar el impacto psicológico que conlleva perder un embarazo deseado.
Equiparar el aborto espontáneo con el aborto inducido no sólo es un error, es una forma de violencia institucional y social. Reconocer la diferencia entre ambos procesos es clave para garantizar que las mujeres y personas gestantes puedan recibir atención médica libre de prejuicios y acompañamiento respetuoso.
El estigma debe dejar de recaer sobre quienes atraviesan una pérdida gestacional. Convertir este hecho en un tema de salud pública, y no de sospecha o culpa, es menester para contribuir a atenciones justas, informadas y libres de discriminación.




