¿El chisme es vida? Esto dice la evolución
Hablar de otros no es sólo entretenimiento, es una conducta profundamente enraizada en la naturaleza humana y en cada cultura del planeta.
El chisme, lejos de ser un pasatiempo, ha sido clave en la evolución social, al servir para establecer jerarquías, protegerse de peligros y fortalecer la cohesión grupal.
Evaluación de conductas: supervivencia
En diversas comunidades, desde metrópolis modernas hasta poblados aislados, compartir información sobre terceros es una práctica cotidiana.
Ya sea en privado, en público o en redes sociales, este intercambio funciona como un sistema informal de vigilancia y ajuste social, donde se evalúan conductas, se construyen o destruyen reputaciones y se define en quién se puede confiar.
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Para las mujeres, el chisme ha sido incluso una herramienta de protección, sobre todo ante riesgos físicos o situaciones potencialmente peligrosas, como alertar sobre hombres violentos o manipuladores. En este sentido, chismear no es frivolidad, es estrategia de supervivencia.
Cohesión grupal
También se ha comprobado que cotillear con otros puede aumentar la cooperación dentro de un grupo y crear una realidad compartida que fortalece las relaciones sociales.
En tiempos de aislamiento, como durante la pandemia, muchas personas buscaron relatos cotidianos como forma de mantener conexión con el mundo.
En paralelo, el chisme tiene un poder destructivo real: puede afectar la posición social, el acceso a recursos y las oportunidades económicas de una persona. Su impacto es tan tangible que funciona como un mecanismo de control social silencioso pero eficaz.
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Más allá de lo moral, el chisme es un lenguaje emocional y social. Nos une, nos protege, nos entretiene y nos posiciona. Ignorarlo o satanizarlo es pasar por alto una de las formas más humanas de interactuar. En el fondo, todos chismeamos. Y eso dice más de nuestra especie de lo que estamos dispuestos a aceptar.