Bordar también es luchar: mujeres que resisten con aguja e hilo

Ellas Dicen

No es sólo arte ni adorno. En manos de las mujeres, el bordado se ha convertido en una herramienta de resistencia, memoria y exigencia de justicia.

En México, el bordado ha dejado los confines del hogar para instalarse en el espacio público como un acto político. Cada puntada se transforma en una forma de decir lo que muchos callan, de sanar lo que duele y de exigir lo que falta: verdad, justicia y dignidad.

Uno de los ejemplos más potentes es el colectivo Bordamos por la Paz, surgido en 2011 tras el auge de violencia generada por la llamada “guerra contra el narcotráfico”. Inspiradas por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, mujeres comenzaron a bordar pañuelos blancos con los nombres de personas asesinadas o desaparecidas, agregando la fecha y lugar del crimen. En parques, plazas o jornadas colectivas, sus manos tejieron una red de duelo, memoria y denuncia que no ha parado desde entonces.

“Si el Estado no cuenta a nuestros muertos, nosotras los bordamos”, han dicho. Su trabajo ha viajado por todo el país y el mundo, reclamando humanidad para las víctimas y visibilidad para quienes resisten el olvido.

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Otro caso emblemático es el de las madres y familiares de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, quienes han usado el bordado como forma de exigir justicia. En pañuelos, mantas o prendas, han plasmado los rostros de sus hijos, sus nombres, sus sueños. Cada hilo sostiene su lucha, tejida entre el dolor y la esperanza de encontrarlos vivos.

En Chiapas, las bordadoras zapatistas también han hecho del hilo una forma de resistencia. A través de coloridas figuras geométricas, animales o símbolos de lucha, las mujeres zapatistas narran su historia y cosmovisión, al tiempo que fortalecen su autonomía económica. El bordado es sustento, pero también es identidad, política y resistencia indígena y feminista.

Estas prácticas no sólo visibilizan violencias; también reconstruyen tejido social y dignifican los saberes tradicionales de las mujeres. En un país donde bordar fue durante siglos visto como una tarea femenina menor, hoy muchas lo usan como un acto de protesta, de autocuidado y de comunidad.

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