“Sí, es LGBTfobia”: cuando el prejuicio se disfraza de opinión personal

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“A mí no me molesta, pero la propaganda gay es mucha”, “Los apoyo, pero no en mi casa”, o “Mientras no te guste, todo bien” son frases que muchos enuncian creyendo que son inofensivas o incluso tolerantes.

Sin embargo, todas comparten un componente claro de discriminación encubierta, una forma de LGBTfobia pasiva que, aunque sutil, alimenta y perpetúa la exclusión.

¿Qué es la LGBTfobia pasiva?

La LGBTfobia no siempre se manifiesta en agresiones físicas o insultos explícitos. Existen formas más sutiles pero igual de dañinas: comentarios, “opiniones” y actitudes que colocan a las personas LGBTTTIQA+ como algo fuera de la norma aceptable o que condicionan su existencia a la “discreción” o la “comodidad” de los demás.

Cuando alguien dice ‘no tengo problema con que existan, pero que no lo presuman’, está diciendo que el simple hecho de ser visible como persona LGBTTTIQA+ es ofensivo. Esa idea es profundamente discriminatoria,

Datos que evidencian el problema

Según la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG) 2021, realizada por el INEGI, el 44.6% de las personas LGBTTTIQA+ han experimentado discriminación, y de ellas, una gran parte señala que provino de espacios cotidianos como la familia, la escuela o el trabajo.

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El informe de la CNDH de 2023 sobre crímenes de odio reporta que, además de las agresiones físicas, el lenguaje cotidiano cargado de estigmas y prejuicios es uno de los principales factores que fomentan la violencia estructural.

El disfraz de “opinión personal” es uno de los escudos más comunes de estos comentarios. Sin embargo, como han señalado múltiples organizaciones de derechos humanos, una opinión que vulnera la dignidad de otro grupo no es válida en el debate democrático.

¿Qué podemos hacer?

Combatir la LGBTfobia cotidiana comienza por revisar nuestras propias creencias y reconocer que no basta con “no tener problemas” con la diversidad sexual.

Se necesita una postura activa de respeto e inclusión, especialmente en los espacios donde más se reproducen estos discursos: el hogar, los medios, la escuela y las redes sociales.

Además, es importante escuchar a las voces LGBTTTIQA+ y dejar de relativizar experiencias con frases como “yo también sufrí bullying y no soy gay” o “todo ahora ofende”.

Lo que para una persona puede parecer una anécdota graciosa, para otra puede ser una agresión que la empujó al aislamiento o incluso al suicidio.

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Reconocer que esos “comentarios sin maldad” sí son LGBTfobia es el primer paso para desmantelar una cultura que exige silencio y discreción a quienes no encajan en la norma heterosexual.

No es censura. No es corrección política excesiva. Es reconocimiento de la dignidad. Y sí, sí es LGBTfobia. Aunque no se grite.

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