Cuando sólo se conoce a la víctima: ¿encubriendo al agresor?
En muchos casos de violencia contra mujeres se difunden todos los detalles sobre la víctima —su nombre, su vida, su historia—, pero el agresor permanece en las sombras. Esa dinámica favorece la impunidad y perpetúa la violencia.
A pesar de que leyes como la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia establecen que los expedientes deben registrar datos del agresor —edad, escolaridad, relación con la víctima, modalidad de violencia— en muchos casos ese perfil no se revela.
Ese silencio favorece un patrón preocupante: según datos del Banco Nacional de Datos e Información sobre Casos de Violencia contra las Mujeres (BANAVIM), de 1 082 643 casos registrados, solo se identificó al agresor en 802 623.
El resultado: víctimas expuestas, sus historias al aire, mientras los agresores quedan impunes, invisibles. Esa lógica contribuye a la revictimización —muchas mujeres desconfían del sistema y no denuncian— y al refuerzo de la violencia estructural.
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“Todos conocen a una mujer agredida, pero nadie conoce a un agresor”
La frase ha sido repetida en campañas, investigaciones y espacios de análisis porque pone el dedo en la herida: las comunidades conocen las violencias, pero silencian al violento.
Las causas son múltiples:
- Estigma y miedo a señalar. En entornos familiares y comunitarios, admitir que se conoce o convive con un agresor suele generar incomodidad, por lo que se opta por el silencio.
- Normalización de la violencia. Golpes “justificados”, celos vistos como amor o control económico “aceptable” hacen que las agresiones pasen desapercibidas.
- Protección social al agresor. Cuando se identifica al violento, muchas veces se prefiere no nombrarlo para “no generar problemas”, reforzando la impunidad.
- Medios centrados en la víctima. La exposición de mujeres violentadas —sus vidas, historias, fotos, diagnósticos— se vuelve más común que la información sobre quién cometió el daño.
Esa lógica de silencios selectivos contribuye directamente a la revictimización: ellas cargan con la historia, con el escrutinio y con la duda, mientras que el agresor sigue integrado a la vida social.
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En muchos casos, continúa trabajando, participando en espacios comunitarios o publicando abiertamente en redes, sin que su entorno lo nombre como responsable de violencia.
Nombrar al agresor no significa linchamiento, reconoce el papel que juega en la cadena de violencia. Incluir su perfil, su rol y su responsabilidad en el análisis es fundamental para prevenir nuevas agresiones y para entender cómo operan estos patrones dentro de familias y comunidades.
Si la conversación pública deja de centrarse únicamente en la víctima y comienza a señalar, con responsabilidad y sustento, quién ejerce la violencia, la narrativa cambia: la carga social se desplaza hacia quienes deben rendir cuentas.




