Sonreír (o no): dilema para las mujeres
Desde muy pequeñas, muchas mujeres reciben el mensaje de que una sonrisa es prácticamente una obligación social.
Pero esa expectativa puede transformarse en una carga: sonreír “demasiado” puede atentar contra la percepción de seriedad o autoridad, mientras que no sonreír puede ser interpretado como frialdad o desagrado.
Expertos señalan que las expresiones faciales influyen poderosamente en cómo nos juzgan los demás. En un estudio se observó que rostros femeninos que sonríen son percibidos como más “cálidos”, aunque esa misma sonrisa no asegura que se les considere más competentes.
Otra investigación sobre el efecto de la intensidad de la sonrisa concluye que mientras una sonrisa amplia eleva las percepciones de cercanía, también puede disminuir la impresión de capacidad profesional.
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Además, cuando las mujeres sonríen con frecuencia o de manera muy marcada, su gesto puede ser malinterpretado como coqueteo, en lugar de simple amabilidad o cortesía.
Esto refleja un sesgo cultural de género: la sonrisa femenina no se lee sólo como una expresión emocional, sino también como un supuesto “mensaje” hacia otros, lo que refuerza la vigilancia sobre su conducta y limita la libertad de expresión en espacios laborales y sociales.
La mujer vive una paradoja comunicacional —lo que “debe hacer” para ser socialmente aceptable (sonreír) puede interpretarse como falta de firmeza; lo que “no debe mostrar” (una expresión neutra) puede pasar por desinterés o frialdad. Ante esa presión, mantener una expresión que no traicione ni exceso ni carencia se convierte en acto de equilibrio social.




