Menstruar no debería ser un lujo: pobreza menstrual

Sexualidad

A pesar de los avances en materia de derechos humanos, millones de mujeres y niñas en el mundo siguen enfrentando graves obstáculos para gestionar su salud e higiene menstruales. Esta realidad, conocida como pobreza menstrual, impide que muchas puedan asistir a la escuela, trabajar o vivir con dignidad durante sus periodos.

Cada mes, más de 2 mil millones de personas menstrúan. Sin embargo, no todas tienen acceso a productos menstruales, agua limpia o baños seguros. De acuerdo con organismos internacionales, más de 1.500 millones de personas carecen de servicios básicos de saneamiento, lo que impacta de manera directa y silenciosa en la salud, la educación y la autonomía de niñas y mujeres.

La pobreza asociada a la menstruación implica no poder pagar productos de gestión menstrual, pero también no contar con instalaciones adecuadas, información suficiente ni libertad para hablar del tema sin miedo ni vergüenza.

A esto se suma un factor estructural: las políticas fiscales insensibles al género, como el llamado “impuesto rosa”, que grava los productos menstruales como si fueran bienes de lujo, mientras exime otros como el Viagra.

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El problema no distingue fronteras. En países como India, Egipto, Madagascar o Zimbabue, muchas mujeres en zonas rurales recurren a trapos por falta de recursos, mientras que, en Estados Unidos, 1 de cada 4 adolescentes enfrenta dificultades para pagar productos menstruales. En el Reino Unido, 3 de cada 10 niñas reportaron lo mismo, usando papel higiénico como sustituto.

El problema se agrava en contextos de crisis humanitarias. Actualmente, 614 millones de mujeres y niñas viven en zonas de conflicto, muchas de ellas sin acceso a productos básicos para su salud menstrual.

En Gaza, por ejemplo, más de 540 mil mujeres y niñas en edad reproductiva no pueden acceder a compresas ni a un espacio seguro para atender su higiene. Se estima que se requieren 10 millones de compresas al mes para cubrir sus necesidades mínimas.

La falta de educación también perpetúa esta pobreza. En Bangladesh y Egipto, menos del 66% de las niñas sabían qué era la menstruación antes de tener su primer periodo, lo que les generó miedo y desinformación. En muchas regiones del mundo, persisten mitos y normas sociales discriminatorias que restringen la movilidad y la participación de las mujeres durante su ciclo menstrual.

A pesar de todo, la menstruación no es una cuestión de higiene, sino de salud, derechos humanos e igualdad de género. Combatir la pobreza menstrual es urgente y posible: implica educación, acceso a productos dignos, infraestructura adecuada y la eliminación del estigma que aún rodea a un proceso natural.

Menstruar no debería ser un privilegio. Garantizar el acceso a la gestión menstrual digna es un derecho, no una opción.

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